Nueve años después de su última aparición, Matt Damon regresa a interpretar el héroe de la nueva generación de espías.
Al igual que las demás sagas de acción, Jason Bourne siempre ha marcado su singularidad, principalmente en su estilo particular cinematográfico y su típico tema musical. Y esta última no fue la excepción, con la única diferencia de un personaje más agotado y más desesperado por recordar.
En esta ocasión, los movimientos bruscos de la cámara en mano y las largas persecuciones lograron el ritmo adecuado para mantener al público atento a ese Bourne acomplejado que ya lo habíamos visto en las anteriores entregas, pero más enfocado en descubrir su verdadera identidad y su verdadero pasado, uno que desde el 2002 los fanáticos esperaban con ansias.
Para ser una película perteneciente a un género que no admiro ni sigo, me entretuvo, hasta ese final de venganza que se había propuesto Jason; sin embargo, la película me deja con grandes dudas: ¿Quién se queda con el rol protagónico, Bourne o el FBI? ¿Asset (el agente encubierto) murió o no? ¿Heather Lee está o no del lado de Bourne? ¿Qué carajo ocurría en Atenas?
Las escasas apariciones que tuvo Bourne a lo largo de la trama, y digo escasas porque anteriormente lo veíamos más (por lo menos en un 90%), me hacen dudar de la importancia que tiene y tendrá este personaje en sus demás apariciones, principalmente en esta que el rol protagónico pasó al conflicto interno del FBI. Pero imagino que esto será aclarado en la siguiente película, porque sí: habrá más de Bourne.
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