Sara (17 años) y su niñera Yarisa (36) tienen una relación que parece trascender su clase social: son lo más parecido a una hija y una madre, pero un accidente irrumpe en sus vidas y pone a prueba la inocente ilusión de que nada las separará.
Las agonías del legado colonial del Caribe se examinan con elegancia estética e inquietante elusividad en Carajita, el segundo largometraje del dúo de guionistas y directores argentino-españoles Silvina Schnicer y Ulises Porra. Ambientada en la República Dominicana, esta película concisa y convincente nos desorienta un poco desde el principio sobre hacia dónde se dirige, antes de examinar un tema que quizás sea familiar pero no por eso menos preocupante. El dúo de cineastas ofrecen un drama potente, visualmente hermoso y, a veces, poderosamente hipnotizante.
El uso de la jerga local de 'carajita' se traduce aproximadamente como 'niña rebelde', o 'mocosa'. Ella es hija de una familia adinerada que acaba de mudarse a la República Dominicana después de varios años de ausencia; no está claro por qué el regreso es tan repentino, pero parece involucrar las actividades del padre corrupto de Sara, a quien ella lo describe así. La familia está acompañada por la sirvienta Yarisa (Magnolia Núñez), una mujer negra dominicana que ni siquiera ha anunciado su regreso a su propia familia, que incluye a Mallory (Adelanny Padilla), la hija de la misma edad de Sara.
La película comienza con una sola imagen misteriosa -una figura postrada en una playa por la noche, luces de policía parpadeando en una palmera- seguida de un preludio con narración en off de Sara, mostrándola aguantando la respiración bajo el agua y recordando los baños que Yarisa le dio de niña. Esto nos prepara para una memoria suave e impresionista sobre su mayoría de edad y la relación tan cercana de Sara con Yarisa, pero Carajita demuestra ser algo mucho más grande, extraño y agudo. Mallory y Sara asisten a una fiesta. Ambas se separan cuando Sara se reune con Diego, el chico que le ha gustado durante mucho tiempo y que está buscando trabajo con su padre. Pero termina llevándolo a casa en la yipeta de su padre durante una noche de fuertes lluvias, y regresa a casa junto a su hermano. Mientras tanto, Mallory no llega a casa.
El dúo toma aquí un rumbo que es algo similar al debut de Claire Denis, Chocolat, examinando la historia colonial a través de los ojos de una hija blanca del sistema y su relación con un sirviente negro. Sin embargo, Carajita nos lleva un largo camino desde el punto de partida de la perspectiva solipsista de Sara, en particular mostrando a los miembros de la familia de Yarisa mientras se niegan a aceptar las explicaciones oficiales sobre la desaparición de Mallory. Se evoca fuertemente la tradición religiosa local, de una manera similar a Cocote de 2017 de Nelson de los Santos Arias.
Gran parte del drama depende de la imagen familiar de la sirvienta que es 'realmente' un miembro de la familia, por lo general, a costa de sus propios lazos familiares. La sospecha y la ira de sus verdaderos parientes en un momento de crisis se lee como falta de respeto e ingratitud, ya que los empleadores de Yarisa inevitablemente les recuerdan quién manda.
La actuación es excelente, especialmente dadas las ambivalencias que encarnan los personajes. Cecile Van Welie se destaca como la inexperta Sara, ingenua y mimada, una buena hija de toda la vida que se escandalizaría al imaginarse a sí misma como una 'carajita'; mientras que Magnolia Núñez le da a Yarisa una elusividad muy contenida desde el principio, insinuando los sentimientos largamente reprimidos de una mujer cuya descripción de trabajo insiste en la ternura, la devoción y la abnegación.
La dimensión intensamente imaginativa de Carajita emerge sorprendentemente alrededor de criaturas vestiales, como un primer plano del hermano de Sara, Álvaro (Javier Hermida), con una máscara de animal, que se quita para revelar un rostro maltratado. Una cabra en particular, que se encuentra en una carretera secundaria por la noche, emana una presencia siniestra que iguala a la de Black Philip, la estrella satánica de La bruja de Robert Eggers. También hay un leitmotiv que involucra a las cabras, una fuerza indomable de la naturaleza tormentosa que aparece casi tan intensamente, pero de manera menos divertida. El uso de la oscuridad y la luz de colores intensos es una constante en la cinematografía de Iván Gierasinchuk. La diseñadora de producción Mónica de Moya también crea un ambiente de lujo limpio y frío para la familia adinerada, su mansión de playa modernista es un baluarte contra las realidades incontenibles del mundo exterior, que sin embargo invaden en un plano final inquietantemente resonante.
Esta es una película que engancha y lo hace sin piedad. Uno se deja llevar por toda la trama y por el retrato tan fuerte y cercano que tiene de una realidad a la que todos los que viven en este país reconocen haber visto en algún momento de sus vidas. Y la historia no lo hace sola, pues gracias al talentoso elenco y toda la atmósfera creada por el equipo, logra convertirse en una pieza maestra.
Ficha técnica
Dirección: Ulises Porra, Silvina Schnicer
Producción: Federico Eibuszyc, Alexandra Guerrero, Ulla Prida, Barbara Sarasola-Day
Guión: Ulises Porra, Ulla Prida, Silvina Schnicer
Música: Andres Rodríguez
Cinematografía: Sergio Armstrong, Iván Gierasinchuk
Montaje: Ulises Porra
Reparto: Cecile van Welie, Magnolia Nunez, Richard Douglas, Dimitri Rivera, Adelanny Padilla, Javier Hermida
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