Una voz que dice provenir de un hipopótamo. Una voz que no entiende la percepción del tiempo. Pepe, el primer y último hipopótamo muerto en América, cuenta su historia con la arrolladora oralidad de estos pueblos.
En 2017, Nelson Carlo sorprendió las salas de cine con su película "Cocote", una historia que con estilo narrativo, visual y técnico muy particular, rompió con cualquier estándar que ya se había visto anteriormente dentro de la cinematografía dominicana. Pero más que su distancia hacia parámetros y técnicas anteriormente visitadas, el director anticipó con su primer largometraje de ficción que no es el cineasta visionario tradicional que la industria local entiende. "Pepe", su obra más reciente que lo hizo ganador de Mejor Dirección en la Berlinale 2024, trae un estilo y una narrativa todavía más alejada a lo que comúnmente se aprecia en el cine dominicano. Esta definitivamente no es una película para todo público; ni siquiera para todo público amante del cine.
Cuando Pablo Escobar murió en un tiroteo con las fuerzas especiales colombianas en 1993, el "Rey de la Cocaína" dejó tras de sí una manada privada que incluía cuatro hipopótamos. Para 2007, la manada había crecido a 16 hipopótamos que vivían en libertad y continuaban multiplicándose en el río Magdalena y sus alrededores, siendo percibidos gradualmente como una amenaza para los agricultores y pescadores locales. Un macho rebelde que se había separado de la manada, bautizado "Pepe" por los medios de comunicación, fue asesinado dos años después por cazadores que actuaban bajo órdenes de las autoridades. Nelson Carlos de los Santos Arias presenta una versión peculiar de esa historia en Pepe.
Al igual que en "Cocote", la película se comporta como un collage discursivo, un híbrido de documental y ficción, concebido aparentemente como un poema filosófico. El inconexo comienzo es especialmente desafiante, y muchos lo encontrarán frustrante, probablemente lento y opaco. Gran parte se desarrolla en una pantalla en blanco o en escenas nocturnas oscuras. Más enfocada en su narrativa, parecería que el director quiere que relacionemos a Escobar con Pepe, sin aportar mucha información concreta. Se desvía hacia los pensamientos en off del narrador hipopótamo, maravillándose del lenguaje desconocido que sale de su boca, de las historias que parece conocer instintivamente y preguntándose sobre sus orígenes, aunque solo sabe con certeza que ya está muerto.
Lo que más sorprende es que parecería que el hipopótamo está actuando cuando se ve en pantalla. La narración intermitente de la bestia del título cambia en varios momentos del afrikáans al mbukushu, el idioma bantú de Namibia, y luego al castellano, a menudo acompañado por los gruñidos y mugidos de sus compañeros hipopótamos. Pepe incluso vocaliza sonidos como la Oruga de Alicia en el País de las Maravillas. El drama humano resulta menos atractivo cuando la atención se centra en un pescador de río que se asusta al encontrar el cuerpo corpulento de Pepe enredado en su red, casi tirándolo de su bote. Es difícil despertar interés en las disputas del hombre con su irascible esposa, quien resta importancia a sus afirmaciones de un encuentro con una bestia monstruosa como si fueran solo otra tontería de borracho, o incluso en las rutinas y costumbres del pueblo atemorizado por la criatura.
La película se transforma en documental de naturaleza cuando la criatura visualiza sus raíces ancestrales en el suroeste de África, a orillas del río Okavango, en la primera de muchas impresionantes tomas con dron. Esta captura los cuerpos de una manada de hipopótamos, que brillan como piedras lisas en aguas poco profundas. Si bien un desvío con un grupo de turistas alemanes resulta bastante torpe y probablemente innecesaria, su guía local nos enseña que el hipopótamo es un animal sabio con un profundo conocimiento tanto del agua como de la tierra, y que, a pesar de su considerable corpulencia, puede moverse más rápido que cualquiera de nosotros.
De los Santos Arias hace una referencia pasajera a seres traídos a un país extranjero y tratados como una amenaza que debe ser eliminada. Sin embargo, cualquier alegoría humana que pretenda representar la dislocación cultural o la esclavitud sigue estando poco desarrollada. Si bien Pepe salta mucho más y dedica demasiado tiempo a la afectación artística, alcanza su potencia en una imagen final mientras la cámara se aleja sobre el triste espectáculo de Pepe abatido por las balas en una exuberante pradera, con un semicírculo de humanos boquiabiertos de pie junto al cuerpo ensangrentado del hipopótamo. Esa es la escena que más merece la pena ver. Todo lo anterior, es algo que lo dejo a libertad de la audiencia; hasta lo de catalogar si se puede considerar o no una película dominicana.