Una historia sobre la desobediencia, la amistad y la dignidad que existe en la resistencia. Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano. Cinco chicos de la calle de Medellín. Cinco reyes sin reino, sin ley, sin familia, emprenden un viaje en búsqueda de la tierra prometida. Un cuento subversivo a través de un clan salvaje y entrañable, que transita entre realidad y delirio. Un viaje hacia la nada, donde pasa todo.
La historia del héroe ha sido la más establecida por la industria, pero cuando se trata de un héroe conmocionado, involucrado y, de paso, motivado a alcanzar a su objetivo, independientemente de las barreras que surjan en el camino, la trama siempre toma giros impredecibles, porque estos son los que provocan que la película completa evolucione, que cambie de arquetipos, tropos y hasta géneros, mientras acompañamos a nuestros protagonistas, generando una empatía y una conexión entre personaje y audiencia que es muy difícil de romper aún después de que los créditos rueden hasta el final, porque nos deja pensando en esa situación y sus luchadores.
Los Reyes del Mundo trata sobre luchadores reales, con actores naturales, donde Ra (Carlos Andres Castañeda) es un joven que finalmente le han llegado la carta del Estado donde le avisan que las tierras que alguna vez pertenecieron a su abuela y se les arrebataron por las bandas paramilitares, ahora se les serán restituidas, por lo que deben viajar hacia otro pueblo donde oficialmente recibirá la tierra prometida. La historia que comienza en un Medellín complejo, donde solo se explora la cara de la pobreza y el méndigo entre edificios que se nota han pasado por todo tipo de personas, moteles de mala muerte, mercadillos callejeros informales y peleas a machete, nuestro protagonista se embarca en un viaje de carretera hacia las zonas rurales de Colombia, en compañía de sus fieles amigos, que claramente son la única familia que él mantiene.
Laura Mora Ortega (Brotherhood, Antes del fuego, Matar a Jesús) desarrolla esta historia recurriendo una vez más a personas reales en lugar de actores metódicos, con el propósito de reflejar la crueldad y naturaleza humana que vive esta clase social colombiana. No solo se reinvindica como directora, demostrando que el talento actoral requiere primordialmente una buena guía directorial y no específicamente experiencia actoral, pero a su vez le permite a la audiencia ser testigo del brillo natural de lucha que vigorizan sus personajes, donde parecería que lo viven o lo han vivido en su mundo ordinario, y esto es más un testimonio o una recreación de hechos que han ocurrido.
Un tema que la película retrata de una manera inesperada es esa ausencia de una figura maternal y paternal, mostrando a ciertas figuras igualmente marginadas (como las prostitutas de un burdel y un nómada de las montañas) con un gran interés por proteger a estos jóvenes, aún cuando los jóvenes no lo están pidiendo. Pero en lo que más se embarca es en la lucha de un particular que parece ser el vocero del sentir del pueblo. La realidad es que la trama no se aleja de lo que parece mantenerse latente en este país que no hace mucho tiempo fue altamente guerrillero, y el uso de palabras claves y elementos simbólicos provoca a cualquiera indagar más allá de lo que la película desenmascara. Los actos de crueldad, secuestro, racismo, desmoralización y provocación son el diario vivir de nuestros personajes, y ellos parecen no temerle ni a la misma muerte, mucho menos a pelear a puños por lo que ellos saben que les pertenece.
La cinematografía glorificada de David Gallego crea el balance perfecto entre esos sonidos naturales del ambiente, y el discurso cortante y a su vez poético que clama los grandes reclamos del pueblo: las injusticias a las que han sobrevivido y las perdidas humanas de las cuales han sido testigos. Aunque la historia hace un esfuerzo por mantenerse lo más cercano a la realidad posible, tiene un toque de realismo mágico en momentos muy necesarios para comprender el estado emocional de nuestros luchadores. Esa escena del terrenal, rodeado de personas que físicamente ya no estaban allí o su conversación con una pareja que vivía en una casa donde parecía que ya nadie habitaba, solo son algunas de esas alegorías de abandono y desaparición propia de manera forzada.
Casi siempre, las películas sobre héroes movidos por sus objetivos sobrepasan sus límites. Llevan a su audiencia a estados emocionales inesperados. Provocan una reflexión humana que siempre es necesaria, aún en el siglo XXI donde se supone esto no debería seguir ocurriendo. Una vez más, Mora muestra la crudeza y crueldad del mundo que la rodea en una Colombia que parece inexistente para quienes no la conocen tan directamente, donde el surrealismo y su diálogo poético son en realidad alegorías de los gritos desesperados de toda una nación.
Ficha técnica
Dirección: Laura Mora Ortega
Producción: Cristina Gallego, Paz Lázaro, Elisa Fernanda Pirir, Regina Solórzano, Mirlanda Torres
Guión: Maria Camila Arias, Laura Mora Ortega
Música: Leonardo Heiblum, Alexis Ruiz
Cinematografía: David Gallego
Montaje: Sebastian Hernández, Gustavo Vasco
Reparto: Carlos Andrés Castañeda, Davison Florez, Brahian Acevedo, Cristian Campaña, Cristian David Duque
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