domingo, 11 de septiembre de 2022

Crítica Cinéfila: Three Thousand Years of Longing

 La Dra. en literatura Alithea Binnie (Tilda Swinton) parece estar feliz con su vida aunque se enfrenta al mundo con cierto escepticismo. De repente, se encuentra con un genio (Idris Elba) que ofrece concederle tres deseos a cambio de su libertad. En un principio, Alithea se niega a aceptar la oferta ya que sabe que todos los cuentos sobre conceder deseos acaban mal. El genio defiende su posición contándole diversas historias fantásticas de su pasado.



Como si liberara todos los impulsos narrativos reprimidos para el minimalismo duro de "Mad Max: Fury Road", el australiano George Miller regresa con una riqueza narrativa en su película "Three Thousand Years of Longing". Esta trama comprime intérvalos de angustia, casualidad y esperanza en una habitación de hotel en un diálogo de dos para luego florecer al tamaño del universo en diferentes épocas históricas; una parábola a la vez titánica e íntima en escala mientras negocia la soledad complaciente de una mujer contra el bienestar de las mitologías, que se remonta a la cuna de la civilización. 

En un presente obsesionado con la tecnología, la profundidad del conocimiento humano ha degradado los relatos de la creación hasta el punto de que son mero forraje para los cómics de superhéroes, pero un encuentro casual con lo fantástico le agregará un poco de asombro en un mundo plagado de aflicciones adormecedoras creadas por el hombre.

La renombrada narratóloga Dra. Alithea Binnie (Tilda Swinton) ha venido a Estambul para una de las tantas conferencias que llenan su tiempo personal que no pasa con el exmarido cuyo recuerdo ha metido en una caja en el sótano, o con los niños que nunca pudo tener. Para alguien profesionalmente familiarizada con los arquetipos de las fábulas, no duda en frotar bien una botella recogida en una tienda de curiosidades, y ahí le aparece un Djinn con la voz oscura y el físico abrebocas (Idris Elba). Él le concede el trío habitual de deseos, pero ella sabe lo suficiente como para no pedir los miles de millones de dólares o la dominación mundial, muy consciente de que las historias de genios trafican advertencias contra la avaricia. En su esfuerzo por convencerla de que no hay nada de malo en gastar esta mística ganancia inesperada, y al hacerlo, liberándolo de la servidumbre sobrenatural, relata los milenios que ha pasado en busca de un humano con deseos que pueda cumplir.

Desde una corte real a la que asisten híbridos humanoides con cabeza de animal hasta una sala de orgías forrada de pieles y concubinas regordetas, la voz del Djinn transporta a la audiencia a diferentes momentos, mientras disfruta de un tranquilo brunch en la suite del hotel de Alithea. Ella es renuente a creerle que no tiene malas intenciones hacia los posibles deseos que se le ocurren; y el es impaciente ante esto por el simple hecho de que puede ser una bomba catastrófica contra su mera existencia. 

Una de las grandes riquezas de esta película es su diseño de producción; ya sea CGI o escenarios prácticos, cada espacio es un viaje visual que engancha a cualquiera con la narrativa persé que lo protagoniza. Así también, hay todo un banquete de efectos especiales, desde un hombre imprudentemente imaginativo que convierte su cabeza en un monstruo araña y que luego se disuelve en una horda de escarabajos), hasta la figura impresionante del mismo Idris en pantalla. 

El guión, dividido en capítulos como si fuesen actos de un cuento de fábula, también se divide en géneros, teniendo un primer y segundo acto que danzan entre lo fantástico y satírico, hasta llegar a un tercer acto romántico y dramático. Esto también se traduce al tono de la misma conversación entre Alithea y el Djinn.

El tramo final toma un giro un tanto turbulento hacia el sentimentalismo, declarando abiertamente sus perspectivas sobre la preciosidad de la vida hasta entonces prudentemente dejada como sugerencia. Las partículas suspendidas en el aire insinúan que el amor rodea a los seres vivos por todas partes, aunque esa sutileza no disuadirá a Miller de tirar demasiado fuerte de las fibras del corazón añejado mientras empuja a Alithea y a su querido Djinn a un romance poco común para su gente de mediana edad. Pero, una vez más, el elemento ganador en estas escenas, a saber, es la tierna química entre Swinton y Elba, un dúo que nadie sabía que necesitaba tener junto en pantalla.

Joan Didion decía que nos contamos historias para vivir, un axioma que Miller revierte para sugerir que debemos vivir para contarnos historias. Debajo de todo el jugo de tira-y-jala entre los personajes, esta es una película sobre ese momento mágico en una relación floreciente donde uno se siente seguro al compartir todas las anécdotas que conforman las partes más importantes y formativas de uno mismo con otra persona que hace lo mismo, un estado de ánimo poscoital posterior a la medianoche iluminado en este caso a la luz de la mañana. Los méritos acumulados que se exhiben en el museo del asombro de Miller, desde las recreaciones deslumbrantes de la grandeza del viejo mundo hasta los milagros más humildes compartidos entre dos almas, uno se aferra a cada palabra de la narración, como una señal segura de que nos hemos enganchado a su hilo narrativo.


Three Thousand Years of Longing
Título en español: Érase una vez un genio

Ficha técnica

Dirección: George Miller
Producción: George Miller, Doug Mitchell
Guion: George Miller, Augusta Gore
Basada en The Djinn in the Nightingale's Eye de A. S. Byatt
Música: Junkie XL
Cinematografía: John Seale
Montaje: Margaret Sixel
Protagonistas: Idris Elba, Tilda Swinton

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